lunes, 31 de marzo de 2014

La peculiar sociedad islandesa

El grado de avance social que se vive y se disfruta en Islandia ha convertido al país en un ejemplo en muchísimos ámbitos para el resto del planeta, que mira a esta pequeña nación nórdica con una mezcla entre sorpresa y envidia. Lo demuestran numerosos detalles de los que solo citaré unos cuantos: la cantidad de delitos es ínfima, la policía municipal no cuenta con armas de fuego, la nación no posee ejército propio, la gente deja sin problemas sus pertenencias al alcance de cualquiera, el teléfono del presidente (que reside en una casa de Reykjavik y no tiene escolta) se encuentra en la guía de teléfonos como el de cualquier otro ciudadano, la afición de los islandeses a la lectura es inmensa (e incluso uno de cada diez escribe un libro), el paro muy bajo pese a la crisis y los derechos sociales innumerables.
La fuerza de la democracia es allí tan poderosa y el peso de la masa social tan elevado que la sociedad islandesa consiguió hace unos pocos años la dimisión del gobierno del país en bloque, la encarcelación de los responsables de la crisis, la nacionalización de la banca, la celebración de un referéndum para que el pueblo decidiera acerca de cuestiones económicas trascendentales y la reescritura de la constitución por parte de los ciudadanos. Y todo ello al estilo puramente islandés: de manera pacífica.
Y es que el pacifismo es otra de las claves del buen funcionamiento de la sociedad islandesa. Hace escaso tiempo se ofrecía la noticia de que por primera vez en la historia la policía de este país había acabado con la vida de una persona, en un caso además de defensa propia, y que los agentes tuvieron que requerir de asistencia psicológica por parte de profesionales para superar el trauma. Este dato demuestra hasta qué punto está concienciado este país ejemplar en la búsqueda de la paz. Si no hiciera tanto frío darían ganas de desplazarse hasta allí lo antes posible...

jueves, 6 de marzo de 2014

De pintxos por Vitoria

Foto: eltenedor.es
Si eliminamos su condición de ciudad fría –es apodada con sorna Siberia-Gasteitz-, es complicado encontrar en España una ciudad más completa que Vitoria, considerada una de las urbes con una mayor calidad de vida en nuestro país. Es fácil comprenderlo nada más poner un pie en ella y dar un simple paseo.
   Sus virtudes son muchas, más allá de la simpatía y cercanía habitual de sus ciudadanos: cómoda, relativamente pequeña, con un buen nivel de vida, bonitos espacios naturales a sus alrededores, limpia, plagada de áreas verdes, con una importante vida cultural, festiva y de ocio, agradable y animada pero sin dejar de ser tranquila, con un casco histórico muy interesante y una larga historia a sus espaldas.  Pero, siendo todo eso cierto, es muy difícil que no llame la atención al visitante el que es quizás el principal poder de la capital vasca: su exquisita gastronomía.
   Por eso, en toda visita a Vitoria se hace imprescindible una ruta de pintxos. Aunque sobre gustos no hay nada escrito los expertos consideran que en los últimos años la calidad de estos ha llegado a ser incluso superior a la que presentan los de otras urbes como San Sebastián, Bilbao o Pamplona. Y en mi modesta opinión considero (capital navarra aparte, pues no he probado los pinxtos de allí) que es cierto.
   A la extraordinaria calidad y variedad de las materias primas –y de los vinos que pueden servir para acompañarlos- se une una gran imaginación a la hora de prepararlos en las cocinas de las decenas de establecimientos de calidad que hay en torno al casco viejo vitoriano (especialmente en torno a la Plaza de la Virgen Blanca y alrededores). Todos los visitantes quedarán satisfechos, desde el clásico que apuesta por una buena tortilla de patata o una rebanada de jamón ibérico con pimiento –entre los que yo me hallo- hasta el innovador que gusta de catar experimentos gastronómicos más arriesgados pero que logran funcionar, mezclando en un mismo pintxo sabores en teoría antagónicos y diversos pero que acaban combinando a la perfección.